Obras y texto pertenecientes a la exposición de Juan Rosco "2008, Odisea en el tiempo"
Me gusta comparar la poesía visual y más concretamente el poema objeto con una reacción química pues en ella/él los compuestos no se suman ni se mezclan sino que se combinan, dando con ello lugar a sustancias nuevas con propiedades físicas y químicas diferentes.
concibo al poeta visual como un creador “de la sospecha” pues al igual que los pensadores de la sospecha – Nietzsche, Marx y Freud – intuye que las cosas no son lo que parecen. El poeta visual penetra en el objeto o la palabra buscando bajo su apariencia o su función sus posibilidades de sentido o sus potencialidades metafóricas.
Podríamos deducir de un análisis superficial que el poeta visual se nutre del mismo leguaje que la publicidad, pero la trasciende; o del diseño, con su eterna disquisición por la preeminencia de la función o de la forma, pero el poeta visual busca en el objeto o en la palabra la evocación o el concepto.
Tal vez la esencia de la poesía visual vaya más allá de la supresión del adjetivo, con el que a menudo se pelean los discursivos, y busque en su obra la eliminación de la palabra o de ese lenguaje gastado que en el decir de Barthes no refleja sino que tapa la realidad –la imagen del poema objeto vendría a destapar lo que el lenguaje tapa-.
Si antes de la palabra el objeto era lo que era tal vez estemos en el límite de la realidad tal cual es. Tal vez en éste territorio de frontera necesitemos de la percepción que tienen los autistas, incapaces del fingimiento o la mentira, y por tanto de la metáfora, para iniciar una nueva gramática para un universo de imágenes en el que el disléxico, pensador en imágenes, habitaría con comodidad.
Quizás los poetas visuales, “logoclastas” militantes, e incluso “deicidas” si hacemos caso del Evangelio de Juan, nos empeñamos en habitar un mundo al que ya no pertenecemos porque de él ya fuimos expulsados al madurar, al abandonar la infancia. Desde entonces laten pulsiones en nosotros por regresar a esa patria común que todos tuvimos en la que los objetos, suspendidos de su función, no eran lo que eran sino que los investíamos de la función que en cada momento se nos antojaba. Éramos precoces antropólogos en tanto que para nosotros las cosas no eran lo que eran sino lo que significaban.