La vida está en la mirada, en sus diferentes maneras de ejercicio. Las palabras entran por los ojos, los objetos, también las emociones configuradas. La mirada es el cauce que mueve el caudal del pensamiento. Tal vez las definiciones son escollos en el río esbelto que correría sin obstáculos, pero no deja de ser río, subsiste a pesar de todo, los peces viven en el interior de sus aguas, se mueven componiendo una bella estética, melodías sutiles, sugerentes movimientos. Lo que en definitiva vemos, existe.
“Idealidad, lirismo, cualidad que suscita un sentimiento hondo de belleza, manifiesta o no por medio del lenguaje”,
es una de las definiciones de poesía. Tal vez no parezca necesario añadirle el adjetivo “visual”, pero hemos de aceptarlo. La palabra no es el único material que, en un orden particular del poeta, puede compilarse, organizarse, suministrarse. También lo son las imágenes, palabras de un diccionario paralelo, de un lenguaje que tiene su sintaxis, más ambigua, más universal porque son más universales su signo y su significado. Si vivimos en un país de lengua extraña, desconocida, apelamos al gesto, a dibujar el objeto que deseamos sobre un papel para ser comprendidos. Lo más antiguo que se conoce de las relaciones humanas son inscripciones sobre la tierra o la roca de las cuevas, que no necesitan ser traducidas, sólo captadas por la mirada. De una tribu primitiva conocemos el carácter de su gente a través de las máscaras y las pinturas en los cuerpos para las celebraciones rituales. Nadie se pregunta entonces por la definición de aquello; se mira sin más, se asume, se disfruta. En nuestra mirada, en la cámara de nuestras captaciones visuales, en nuestra sensibilidad, quedarán para siempre los signos de este lenguaje que, inconscientemente, usaremos más tarde.
Las imágenes, obtenidas de la realidad o inventadas, condimentadas con lirismo, deseadas en la concepción con la mayor belleza, se cargan además con elementos críticos que defienden una idea, que motivan, que quieren modificar en su manifestación la realidad del lector-espectador.
Sólo un consejo: Poesía visual, hay que verla para creerla.
PABLO DEL BARCO